Intrépido, insaciable y sujetivo

Así es el ser humano, en su afán de grandeza, es capaz de crear palacios, de destruir montañas, de causar tempestades, y una de las más fuertes en él, es la que lleva en su interio, esa fuerza inherente a su naturaleza. El saberse un ser desprotegido ante magnitudes mucho mayores, tiembla como cachorro asustado, pero golpea con la enegía de un trueno. Es la más tierna de las criaturas, y el más creativo de los personajes de este mundo.



Conozcamos un poco más los fantasmas internos que lo hacen rey y mendigo, que lo vuelven tirano y el más dulce de los seres.



2 de mayo de 2011

Delgado Reyes Jorge Adenamar

  El misterio de sus ojos

De pie sobre la lápida Luis y yo nos miramos larga y libremente ya. Sus brazos ciñen mi cintura, su boca busca mi boca, y yo le entrego la mía con una pasión tal que me desvanezco… (Quiroga)

Hoy, mientras caminaba tranquilo y feliz por las calles de esta tumultuosa ciudad, los recuerdos de mozo nublaron mi mente y fue tal el impacto que me produjeron, que me quedé estático a mitad de la calle sin importarme las caras de reproche, los empujones ni los insultos que la muchedumbre me lanzaba por haber pasado de ser una persona más a la persona que les produjo una molestia por un instante, o tal vez dicho en otro sentido, por haber roto por un breve instante la cotidianeidad a la que todos ya estamos completamente acostumbrados y la cual debe cumplirse incluso de una manera inconsciente.
Tratando de no ser una molestia o un obstáculo para aquella multitud siempre tan apresurada (Desde joven siempre me he preguntado a donde van todos con tanta prisa) consideré en apartarme a las orillas donde no pudiera retrasar a nadie, con la única finalidad de ordenar mi confundida cabeza. La verdad es que no recuerdo que había hecho yo para que mi adolescencia llegara a mí de una manera tan violenta y apresurada, pues bien sabía que ni siquiera había estado reparando en ella dado que tenía asuntos más importantes que atender dentro de mi cabeza, tales como los relacionados con mi pequeña hija de tres años que seguramente me aguardaba en casa para retomar el juego que habíamos dejado inconcluso la noche anterior.
Me recargué sobre un muro gigante, gris y frío emitiendo un leve suspiro, levanté la mirada un poco y mis ojos se encontraron con unas nubes anaranjadas que anunciaban un atardecer próximo. Sonreí, en verdad me gustaban los atardeceres, los encontraba extremadamente románticos y misteriosos puesto que pintaban de otro color las calles y cuando tocaba a un árbol ser el iluminado me quedaba absorto ante esa belleza de visión; también me agradaban porque era el escenario perfecto para poder convivir con otros, tal vez saliendo a jugar con los amigos… o a lo mejor para perderse entre el laberinto de pasión que un amor inocente produce … un ave pasó volando sobre mí y entonces, frunciendo un poco el entrecejo, traté de acomodar esos recuerdos que ya estaban haciéndome entrar a un estado de nostalgia y melancolía.
Claramente sentí como poco a poco esas memorias no solamente invadían mi cabeza, sino que se desplazaban como curiosos gusanos, hacia todo mi cuerpo, intentando llegar a los más profundo y entonces, cuando sentí el palpitar de mi corazón, fue cuando abrí mucho los ojos y entreabrí un poco mi boca, ya que había finalmente retrocedido hasta un punto que guardo muy recelosamente, diría que en el alma, pues es tan valioso para mi que no lograría depositar  tal secreto en otro lugar, a lo mejor a mi hija si se lo confiaría pero todavía es demasiado pequeña para comprenderlo. 
Una anciana, que se encontraba descansando en el mismo muro que yo me miró con desconfianza, tal vez pensó que estaba loco ante tal reacción que produjo mi cara y yo lo noté y sonrojado me apresuré a retirarme del lugar antes que alguien más me tratara de raro. Caminé rápidamente sobre la acera excusándome con todo aquél con el que chocaba debido a mis rápidos pasos pero la verdad es que necesitaba alejarme de ese lugar para ir en busca del sitio que silenciosamente, desde mis recuerdos, me estaba llamando.
Cierto es que habían pasado demasiados años desde mi última visita a aquel emplazamiento. Los cementerios no  son completamente de mi agrado y la verdad es que logran deprimirme mucho cuando estoy demasiado tiempo en ellos ya que las caras y gestos de los deudos que llegan, logran hacerme caer en un profundo abismo de tristeza. Pero he decidido que eso no me ocurrirá hoy, ese cementerio no logrará abatirme, ni siquiera con la escalofriante (y en cierta medida, bella) idea de la noche próxima, observando quietamente el camposanto en espera de que los muertos se alcen de sus tumbas para provocarme el susto de mi vida.
Sonreí nuevamente ante la idea que se me había ocurrido, no me avergüenzo al decir que de niño tal representación lograba matarme de miedo hasta el punto de pasar la noche en vela soñando y alucinando cosas macabras que en verdad no lo eran. Me mordí el labio inferior para no reírme de mí en cuanto llegué al panteón, cierto es que no tengo ningún problema con soltar una carcajada en aquél lugar siempre y cuando esté yo solo, pero considero de muy mal gusto  hacer eso ante la presencia del dolor por parte de otro; a pesar de la hora aún había gente al interior del lugar despidiendo a los cuerpos que alguna vez pertenecieron a sus seres queridos y ante todo hay que respetar la solemnidad. 
No tardé mucho tiempo en llegar al sepulcro que buscaba. No es difícil de localizarlo dado que se trata de una tumba muy diferente a las otras: Es la más apartada del resto por lo que ocupa el fondo de todo pero no por ello se trata de un sitio descuidado. Al contrario, el mausoleo se erige imponente sobre sus similares. Está construido completamente de mármol blanco y su altura sobrepasa los dos metros; frente a él, hay dos estatuas de ángeles señalando hacia el cielo con una mano y con la otra sosteniendo una flor, el de la derecha lleva una rosa y el de la izquierda una camelia. 
Arriba, adornando la punta del sepulcro, se puede ver de nueva cuenta  el detalle de la rosa y de la camelia juntas y sin ningún tipo de ángeles, vírgenes o santos guardándolas. Ese ornamento siempre me ha parecido lo más exquisito del mausoleo  dado que me recuerda perfectamente el misterioso y bello encanto de la persona a la cual la tumba está dedicada. Y es precisamente por esa persona por la cual estoy aquí, pues me parece más preciosa que aquél mausoleo de mármol blanco imponente que la representa, es más su alma era más perfecta que todos los sepulcros juntos incluyendo el erigido en Halicarnaso y el que reposa en Agra.
-Bueno, aquí me tienes de nueva cuenta. Este… más bien sería que vengo de visita después de algo de tiempo.- Emití una pícara e inocente sonrisa y justo en ese instante una ventisca juguetona me pegó en la cara, rompiendo por completo mi estoicismo y provocando mi llanto.
¡Oh mi Ligia! Cada vez que te recuerdo sigo pensando que el mundo es injusto e inclusive cruel. De entre todas las personas que habitan este planeta, tú eras una de las que no se merecían reconocer la tierra sino hasta después de una larga y feliz vida entre los vivos. Cada vez que te recuerdo, mi corazón late de la misma manera que lo hacía de joven, cuando no me importaba demostrar lo que sentía abiertamente a los demás ni opinar todo lo que se me antojara sin temor alguno a la censura o al reproche.
Bajé lentamente mi cabeza y dos gruesas gotas de lágrimas cayeron al suelo mortuorio. La verdad es que si hay alguien a quien debo agradecer parte de la dicha, que me ha perseguido durante mis escasos veintisiete años de mi vida, es precisamente mi adorada, mi suprema y mi bella Ligia; la despampanante beldad de los ojos de demonio y de ángel, la que fue mi compañera del alma de mis mocedades. Ella ha sido la única a la que le he confiado mi ser entero e incluso diría que hasta la vida misma, pues tanto impacto causó ella en mí que mi vida dio un giro completo, conduciéndome por una ruta completamente contraria al oscuro sendero por el cual me había decidido encaminarme, sin preguntarme que lo alumbraría cuando finalmente caminara en el. Sin Ligia me habría perdido en ese incierto camino, y estoy seguro que no habría hallado una salida de él o mínimo un retorno al principio, ya estando completamente dentro…
Cuando yo llegué a mi salón de clases, aquél lejano primer día de preparatoria estaba realmente asustado y tenía muchas razones para estarlo, comenzando con el hecho de que no conocía a nadie de los que me rodeaban, y todos se me hacían demasiado mayores y diferentes a mi, eso lo deduje con tan solo haberles echado una rápida e ineficiente mirada. No parecía ser el único temeroso, pues al contemplar con más detenimiento las caras de mis compañeros, pude notar su angustia, su irritación y su temor por hallarse en un sitio completamente nuevo e impredecible.
Sin embargo, mientras iba examinando a cada uno de ellos llegó el momento en el que mi mirada recayó sobre la delicada figura de una chica que se encontraba parada cerca de la puerta del aula, sola, cruzada de brazos y mirando con indiferencia el larguísimo pasillo que se extendía ante ella. Abrí ligeramente la boca e incluso puedo asegurar, que mi expresión  facial se contrajo, a tal grado que bien podría haber sido tomado por un idiota, pero el caso es que no había visto antes a alguien como ella.
Era alta (aunque sabía que yo le ganaba todavía por un par de centímetros más) delgada, imponente; figura perfecta e incluso tenía un porte y elegancias naturales que no podía notar en el resto de mi compañeras; sus prendas, si bien no parecían ser las más costosas y vistosas que existieran, relucían ante la altivez que emanaba su dueña.  No pude reprimir una sonrisilla cuando la muchacha, tras permanecer unos segundos con los cabellos cayendo sobre su cara, movió su larga melena negruzca hacia su espalda con una clase verdaderamente envidiable. Ese movimiento hizo que yo pudiera apreciar completamente su cara y descubrí que era bella, si, en verdad que lo era.
 Su cara parecía estar esculpida por uno de esos artistas que no permitían falla alguna en sus obras. Su boca, tan fina y delicada, mostraba unos labios suaves y sonrosados, parecían estar pintados pero no a causa de un lápiz labial sino por causa de la genética que había heredado. Tenía una nariz perfecta que encajaba armoniosamente en su dulce y perfecto rostro, libre de cualquier tipo de cicatriz o marca que lo mancillara. Y sus ojos… aquellos ojos que terminaban de enmarcar para lo que yo consideraba una extraordinaria belleza me atraparon… me emocionaron.
Eran grandes, bonitos, y negros. En ese momento, esos ojos miraban hacia ese pasillo pero en verdad no observaban nada, estaban perdidos y por alguna manera me parecieron lúgubres. Mordiéndome el labio inferior, traté de apreciar más esos ojos, pero cuando quise moverme de mi asiento para lograr mi cometido mis pies se encontraron con un obstáculo que me hizo caer al piso. Ese pequeño incidente pareció romper la tensión que se vivía en el aula pues al momento escuché una avalancha de risas dedicadas a esa penosa caída. Tratando de mantener el orgullo, volví a sentarme y al instante varios de los chicos que me rodeaban, empezaron a dirigirme un montón de palabras a las cuales tuve que responder sin ningún tipo de reproche. No se si fue mi imaginación o no pero cuando voltee hacia mis futuros camaradas, miré por solo un segundo, directamente hacia unos ojos negros cautivantes que refulgieron cual león en caza provocándome un escalofrío en la espalda y un terror que tenía mucho de no haber sentido.    
Tratando de no hacer caso a esos sentimientos tan raros, seguí en plática con mis nuevos compañeros hasta que el profesor llegó a la clase. Pude darme cuenta que la chica de los ojos bellos pasó por mi lado y yo, en un intento de agradarle, le dediqué una de mis famosas y encantadoras sonrisas, la cual ignoró olímpicamente, o mejor dicho, pasó por mi lado sin que tuviera en cuenta mi existencia. Eso me molestó bastante, y sin ningún tipo de reparo la taché al instante de ser una pretenciosa presumida sin siquiera haber cruzado una palabra con ella. Pero que se le iba a hacer, tenía yo quince años y a esa edad, este tipo de actitudes, lo ponen a uno sensible pero eso si, aunque ya la considerara mi enemiga desde ese instante, admitiré que el olor a nuez que emanó de su cabellera me fascinó.
Con el pasar de mi primer año escolar fui pasando de ser el asustadizo del inicio a un personaje que se fue ganando un cierto grado de popularidad entre los colegiales. En secundaria había formado parte del equipo masculino de fútbol y en mi nuevo hogar no podía dejar de lado a una de las mayores aficiones de mi vida, y como era un buen jugador y encima el mejor parecido de todos los miembros del equipo lograba captar mucho la atención, especialmente la de las chicas, aparte y aunque parecía serlo, no era tan malo en las materias, sin embargo me preocupaba más el estar durmiendo fuera de la clase, irme por ahí a vagar o simplemente tomarme una buena charla con mis amigos que tomarme en serio el estudio. Esa actitud tan despreocupada parecía encantar a todo el mundo y gracias a ello mi número de camaradas se acrecentó hasta tal punto que inclusive, los chicos de años superiores me pusieron atención.
Pero como siempre hay un contrario en esta vida, hubo alguien a quien yo no le agradaba en lo absoluto, ni veía con buenos ojos mis actividades cotidianas. A la que le habían puesto en la pila de bautismo el nombre de Ligia, la belleza petulante de los ojos raros como le decía de cariño, no me aceptaba para nada. Yo bien sabía que desde el primer momento en que nos cruzamos, ambos estábamos destinados a una guerra fría y silenciosa en donde ninguno de los dos ganaría porque ninguno cedería ante el otro siquiera una voluntad. Ese choque me parecía divertido y entretenido pero a Ligia parecía desagradarle e incluso asquearle. Así que decidí por seguridad propia,  jamás dirigirle la palabra y mucho menos una mirada… si, tal vez podía llamarle como quisiera pero ese encuentro que había tenido con sus ojos aún lograba erizarme cuando lo recordaba.
El segundo año no fue muy diferente al primero. Cierto es que seguía manteniendo mi imagen de simpático, agradable y revoltoso pero ya también se habían anexado otras cualidades como patán, delincuente o vago. Las primeras eran alabadas y proferidas por mis amigos mientras que las segundas eran respaldadas por el resto de la sociedad, es decir, por la gente adulta y muy probablemente Ligia, quienes aseguraban que yo terminaría siendo una amenaza en potencia si seguía descarriándome y juntándome con malas compañías.
Nunca les di importancia a esas criticas, la verdad es que siempre ha sido y probablemente será difícil que los adultos comprendan las acciones que los jóvenes tomamos y realizamos, sentía lástima por ellos, pues pensaba que su vida había sido tan fea que habían terminado por amargarse, y ante la necesidad de sacar su enojo, hallaban en los chicos presas fáciles para descargar toda su ira contenida. Si, eso era lo que yo creía en ese momento pero si había alguien a quien estos pensamientos no incluían era a la tranquila y solitaria Ligia, quien al estar conmigo de nueva cuenta en la misma clase,  tenía forzosamente que verla y aguantarla.
Aún no lograba identificar a alguien que se juntara con Ligia. En esos dos años, ella siempre anduvo sola y prefería encerrarse en la biblioteca a estar con nosotros, o ir a tomar un agua de fresa en una heladería aburrida y estúpida a alguna cerveza en una fiesta divertida y relajante. No, Ligia siempre se mostró correcta y recatada en todo momento y siempre se mantenía  asertiva e indiferente  cuando alguien la invitaba a algún lugar “indecente” según sus propias palabras. Mis amigos siempre quedaban contrariados ante la pasividad que Ligia demostraba ante sus constantes invitaciones y halagos, pero a mi ella me aterraba y me preguntaba siempre que pasaba algo así, como era posible que nadie aparte mi, se diera cuanta del fulgor macabro que sus ojos emitían ante esas insistencias. Esos ojos, tan hermosos cuando ella se encontraba concentrada y entregada a una lectura o alguna tarea, simplemente parecían los de alguien más cuando se enojaba.
-Yo creo que algo le habrán hecho, por eso nunca quiere ir- comentó una vez Guillermo, uno de mis más cercanos amigos que también jugaba en el equipo de fútbol conmigo.
-Total, ella se lo pierde. De cualquier manera no creo que se convierta en el alma de la fiesta en dado caso que quiera ir alguna vez - sonrió Daniela, una chica que conocía hacía apenas dos semanas.
-Si, supongo que es muy aburrida pero eso no le quita lo guapa ¿A que no Fer?- cuando Guillermo inquirió mi nombre, yo me encontraba mirando a la aludida que se encontraba a una considerable distancia de nosotros como para lograr escucharnos.
Emití una sonrisa y Daniela y Verónica (otras de mis amigas) quedaron encantadas ante ella.
 -Me da igual si ella va o no, puede ser bella, guapetona tal vez pero la belleza no consigue todo en esta vida- dije sin quitarle los ojos de encima.- Para mi siempre será una pretenciosa antisocial.
Guillermo me dio unas palmaditas en la espalda emitiendo una carcajada. Las dos chicas que estaban a nuestro lado también estallaron en un mar de risas y antes de que yo me uniera a ellos pude ver claramente, y de nueva cuenta, dos ojos negros que me taladraron sin piedad. Abrí los ojos sorprendido, jamás la había visto triste…
Cuando Ligia volvió a ser integrante de mi grupo de tercero de la prepa, maldije a mi suerte y pensé que alguien, en sus más macabras intenciones, lo hacía a propósito y solo para molestarme la vida. La frialdad que había entre ambos llegó a ser tal, que inclusive podía sentir el gran bloque de hielo que nos separaba entre si, pero si algo no podía hacer esa barrera era apartar definitiva y permanentemente su existencia, y es que su fragancia de nuez que siempre había colocado en sus cabellos, llegaba a mi nariz hasta conseguir embriagarla de su exquisito aroma. Solo por ese detalle yo seguía tomando en cuenta que había una chica que había estado en mi salón tres años seguidos, en los cuales nunca me di siquiera un día para tratar de conocerla, siquiera un poco.
El tiempo que ya había transcurrido en la escuela, nos había transformado a todos. Muchos de mis compañeros ya parecían demasiado grandes de lo que en realidad eran e inclusive podía asegurar que ante mi se hallaban personas completamente distintas que con las que había ingresado. Algo que también pude notar fue un cambio radical en mis relaciones amistosas con mis amigos. Muchos de ellos ya no eran solo amigos pues el amor típico adolescente había ido poco a poco instalándose entre ellos, hasta que logró triunfar categóricamente en sus sentimientos. Así que pronto me vi separado de mis aliados gracias a que preferían ir con el novio o la novia que con el amigo al cual, según en sus palabras, dedicaban más tiempo que a su pareja. 
Aquello me parecía sumamente ridículo, tal vez  si había andando con varias chicas pero era algo semejante a un juego ya que nunca le di un trato serio y formal, sabía, gracias a buenas fuentes, quiénes se morían por que yo les invitara a una cita o quiénes incluso querían tomar la iniciativa, pero me mantenía muy alejado de eso ya que de verdad no sentía un amor sincero. Yo también había cambiado al igual que mis camaradas pero solamente había sido una transformación física, pues mi mente y mis decisiones parecían no querer ceder ante el paso del tiempo.
     Pero había alguien que me inquietaba un poco. ¿Por qué si todos habíamos experimentado un cambio, Ligia siempre lució igual? No me cansaba de formularme esa pregunta cada vez que entraba a una clase y me sentaba en la última fila, desde donde podía ver su negra cabellera que se situaba siempre en primera instancia. Inclusive su lugar dentro del salón permanecía igual, jamás se había sentado en otro sitio.
Al parecer, era el único que notaba su juventud perpetua. Muchos a los que les comentaba mi inquietud me tomaban de a broma y me juraban que ella había dado una gran evolución junto a ellos, mis amigos más cercanos inclusive comentaban que la belleza que se había acrecentado en la chica les provocaba instintos animales (claro está en tono de broma) y yo me reía de eso. En esa parte tal vez tenían razón, ninguna otra chica logró igualarse a la belleza de Ligia y aquella que lo intentaba rápidamente quedaba opacada por su innata presencia. 
Y también era la más inteligente del curso. En la tríada escolar que pasé junto a ella, siempre logró ser la estrella de la clase. Alguna vez juré que si había alguien en esta vida que lo sabía todo, esa era Ligia, pues podía responder cualquier tipo de pregunta sin ningún asomo de equivocación en sus respuestas. Dominaba a la perfección todas las materias escolares, los idiomas, la cultura, las perspectivas y yo admiraba eso y a la vez me causaba un poco de envidia, pero la chica sabía lo que decía y cuando respondía algo, claramente se notaba que su estudio no se quedaba restringido a las paredes de las aulas en donde pasaba sus horas, sino que se extendía a todo aquél lugar que ella visitaba.  Yo no era tan malo pero no podía competir antes los conocimientos de Ligia.
Sucedió en una clase de historia cuando por primera vez en mi vida, decidí saber más sobre ella. Todos nos habíamos quedado boquiabiertos tras el impecable discurso que la beldad profirió acerca de algo que ya no recuerdo, inclusive, el profesor quedó impresionado de la facilidad con la que Ligia había abordado el tema, simplemente había estado estupenda. Pude darme cuenta que para ella, el conocimiento era la vida mientras que para mi lo eran otras cosas como los deportes o la parranda, para ella los libros  significaban lo que para mi mis amigos representaban.
No pude cerrar la boca sino hasta terminada la clase, guardé mis cosas lo más rápido que pude y sin pensarlo dos veces salí corriendo tras la belleza de los ojos raros, más cuando llegué al pasillo no logré ubicarla por ningún lado. Dejé caer la mochila un poco desanimado y haciendo caso omiso de las propuestas de mis amigos de ir a algún barcillo después de clases, comencé a andar por toda la prepa sin tener el menor indicio de la presencia de la mozuela y tras darme por derrotado en su búsqueda, decidí acudir un rato al campo de fútbol a entrenar un poco. Ese día no estaba con ánimos de ir a ninguna fiesta.
Mientras pateaba potentemente el balón hacia un frío y duro muro de entrenamiento, no lograba apartar de mis pensamientos el halagador discurso de la beldad sobre historia. ¿Cómo era posible que me hubiese provocado tanto impacto al grado de dejarme estupefacto?  
Disgustado y haciendo una mueca, pateé el balón lo más fuerte que pude sin percatarme que no había estado apuntado a la rígida pared de piedra. La potencia del disparo fue tanta que el balón cruzó el campo entero donde practicaba, para terminar impactándose en la figura de alguien que había estado observándome sin que yo lo notara. Maldije por lo bajo en cuanto vi que aquella persona se dejaba caer de rodillas sobre el pasto, sin duda alguna la había lastimado.
-Disculpa, disculpa- grité sin mucho arrepentimiento en cuanto llegué corriendo.- No te vi la verdad, para la próxima procura estar tras las…
No terminé de decir mi falsa disculpa porque ya me había dado cuenta de quien había sido la afectada. 
-¿Ligia?- pregunté embobecido.- ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?
-¡Por supuesto que no me encuentro bien!- me gritó ella y yo retrocedí un poco asustado. Su voz en esos momentos sonaba aterradora, como la imagen de sus ojos cuando se enojaba.
Apretando un poco los dientes ante la irremediable escena que estaba a punto de suceder, me quedé a su lado hasta que ella finalmente se recuperó del fuerte balonazo que le había propinado. No obstante cuando logró ponerse de pie y echar su melena hacia atrás, quede sorprendido que sus ojos estuviesen calmados y sin ningún tipo de aura maligna que los envolviera.
-¿Qué?- me preguntó ella, incómoda al ver mi insistente mirada en sus ojos.
-Nada, solamente veía si no te había dejado un moretón en la cara.- me excusé y a la vez me sentí importante ante tal golpe al balón, aunque eso conllevara al mal rato de mi compañera.
-El impacto fue en el estómago, no en la cara.- farfulló la chica.- Aunque de cualquier manera he de decirte que no fue un golpe muy fuerte.
Sonrió ante mi contrariada cara. En verdad sabía como bajarle la autoestima a la gente…
-Te he estado observando- siguió diciendo ella.- En verdad eres bueno.
-Gracias, supongo- agradecí.- Aunque tal vez no tanto como tu.
-¿A qué te refieres?
-Al discurso de historia que recitaste hace rato. En verdad estuviste increíble.
-Ah! eso- dijo Ligia moviendo la mano, como sin darle mucha importancia al asunto.- No fue algo sensacional, cualquier podría hacerlo. Además temo que en esta ocasión tuve que recurrir mucho al libro y no por mi propia cuenta. De cualquier manera gracias, eres el único que me ha dicho algo así.
Tomé el balón y fruncí el entrecejo. Aunque a muchos ella no les cayera bien, había que reconocerle que lo había hecho estupendo, además si no hubiese sido por su apabullante declamación, el profesor se hubiese vengado de la clase aplicándole un examen ya que ninguno de nosotros (excepto Ligia) había estudiado el tema. 
-¿Juegas?- fue lo único que atiné a preguntarle después de su agradecimiento.
Ella movió la cabeza negativamente y excusándose, me dijo que prefería retirarse a la biblioteca a estudiar un rato. Eso me irritó.
-La biblioteca… la biblioteca… ¿Qué nunca sales de ahí?- le pregunté en un tono de voz bastante agresivo y que a mi mismo me sorprendió.
-La biblioteca es el lugar más tranquilo y reconfortante que hay en todo este lugar. A diferencia de ti, que amas este campo, yo encuentro en ella mi lugar favorito. Allí estoy sola, en silencio, parezco estar inmersa en una paz total como siempre lo he deseado- me contestó ella y de nueva cuenta y por segunda vez, volví a notar el extraño toque tristón en sus ojos. En realidad estaba afectada.
-Lo siento… No sabía que… Vamos no era para tanto- Me insulté mentalmente después de lo último.
Ligia se irguió por completo y con la misma elegancia de siempre, echó sus cabellos hacia su espalda mientras me fulminaba con la mirada. Se había ofendido.
-Nos vemos luego, Fernando- contestó cortantemente y dándome abruptamente la espalda, comenzó a andar a grandes zancadas a través del campo.
Tuve que alcanzarla casi a la salida del área de entrenamiento y para cuando llegué a ella, estaba agitado. Me sorprendió su velocidad y su manera de caminar pero me enfoqué principalmente a volver a disculparme que en alabar su rapidez, pues sabía que como mínimo me daría una bofetada.
-Acepto tus disculpas, no obstante tu también me pareces extraño el día de hoy- esas palabras me hicieron sentir realmente mal.- Es viernes, las clases han terminado y tu estás aquí, en este campo pegándole a un balón… solo. ¿Ahora ya no vas a tomar esas… cosas?
La expresión de desprecio hacia las cervezas que habitualmente consumía cada semana, me hicieron sonreír.
-Hoy no estoy de ánimos. A decir verdad hoy prefiero estar en un lugar un poco más tranquilo, tú sabes…
-Pues creo que vas a tener que acostumbrarte a jugar solo mientras no tengas una cita con la que ir a ese… sitio.- Ligia emitió un leve risita que me dejó anonadado, parecía como si hubiese cantado en vez de haberse reído.
Sin embargo, al momento en que río miré de nueva cuenta sus ojos y quedé aterrado. La extraña mezcla entre odio y tristeza se apoderaron por milésimas de segundos de ellos y temí que ante mi tuviera a otro ser completamente diferente a la Ligia de hacía apenas tres minutos. Ella pareció darse cuenta de mi expresión, por lo que extrañada preguntó si yo me sentí bien a lo que contesté afirmativamente, ahora extrañado de la preocupación que emanaba su mirada.
 -Bueno, me retiro- Ligia se colgó su mochila al hombro y se dio la vuelta.- Hasta el lunes.
Supe que no iba a tener otra oportunidad como esa para abordarla, así que sin más reparos caminé tras ella, con la intención de invitarla a pasar conmigo el resto de la tarde. Ligia, quien quedó sorprendida ante la propuesta, contrajo sus bellas facciones faciales tal y como siempre lo hacía cuando pensaba. Finalmente y tras un destello de felicidad proferido por sus ojos, aceptó la invitación.
Y esa experiencia que tuve aquella tarde con Ligia puedo catalogarla como una de las mejores que he tenido en toda mi vida. Ese día conocí a una Ligia que no se preocupaba por ser la mejor, por ser la más bella o las más deslumbrante sino una chica sencilla, que contaba muy buenos chistes y que sabía entablar una charla de la más interesante, sin tener que recurrir a acontecimientos superfluos o anécdotas repetitivas. como yo siempre lo hacía cuando estaba con los chicos del equipo de fútbol en el bar más cercano. Creo que quedé maravillado ante esa faceta completamente desconocida de ella y me sentí mal por haberla catalogado de una manera tan mezquina en el primer día que estuvimos juntos en la escuela. 
¡Ah, Ligia! Mientras ella caminaba a mi lado, su inteligencia y su belleza me hipnotizaban… me deleitaban. Nunca la había tenido tanto tiempo cerca por lo que en esos momentos pude apreciarla bastante. Al igual que aquella lejana primera vez en que la observé, no daba muestra alguna de defecto o error. Era perfecta y mientras opinaba esto para mis adentros, claramente sentí una incómoda mezcla de sentimientos y que la verdad no había sentido hasta el momento. Volteé a ver a la chica y mientras contemplaba su fabulosa cara me pregunté si me había hecho amigo de Ligia o si me había enamorado de ella. 
La duda persistió el resto del día, inclusive cuando pasé a dejarla a su casa aún seguía meditando el asunto.  Esa noche no pude dormir, y me la pasé dando vueltas entre las sábanas, resoplando con disgusto cada vez que su bella imagen aparecía en mi cabeza. La imagen de Ligia, la bella, la misteriosa… la cautivante. No pude cerrar los ojos pero para cuando lo hice, bien recuerdo que esa fue la primera vez que soñé con ella.
Conforme avanzaba el año escolar, yo me sorprendía aún más de lo que me contaba mi nueva amiga. He de admitir que sus pláticas tan encantadoras y fascinantes hacían que mi tiempo se fuera volando de tan ensimismado que me encontraba con ella. Claro está que esto también hizo que se levantaran rumores por toda la prepa hasta el punto en el que tuve que desmentirles a mis compañeros de equipo que Ligia no era novia mía y que no se lo había propuesto.
Obvio no me creyeron y siguieron burlándose de mi y lo tuve que aguantar todo. Lo merecía, más que nada por haber hablado siempre mal de ella ante los demás, pero estoy seguro que el ser humano comete errores y el mío logré enmendarlo al conocer a la magnífica persona que me tenía embobado. Sin embargo, también a raíz de esta conexión con ella, sucedieron en mi vida los sucesos más increíbles que jamás hubiera imaginado y los que hicieron que yo quedara en deuda con Ligia. 
Me contaba todo sobre ella. De su familia, que al parecer provenía de un pequeño pueblo, algo alejado de la ciudad en donde vivían ahora. Para ella, ese lugar era mágico, lo describía como “Aquél que queda más allá de todo, donde todo es oscuro hasta que el sol ilumina y baña de colores las cosas en cuanto comienza a dar sus primeros rayos”. Me contaba cosas sobre su niñez  y sobre sus aficiones, entre las cuales destaco principalmente su interés hacia los videojuegos y el gusto de pintar paredes cuando se sentía triste y deprimida.
-Muchos lo llaman vandalismo- me dijo Ligia.- Pero para mi es una manera de compartir mis sentimientos con el mundo. Las paredes donde pinto se me hacen tan grises y  tan tristes que simplemente no puedo quedarme estática y por eso les doy un poco de color, para que se engalanen y sean diferentes al todo en donde ellas se encuentran.
También logró confiarme el porque de su aberración hacía los lugares que frecuentaba con mis amigos y para cuando lo hizo, supe que tenía razón no obstante cuando le dije que si bien, había muchos peligros en esos sitios, también se la podía pasar uno muy bien.
-Lastimosamente nunca voy a comprender tu agrado por esos lugares- musitó.- A mi me parecen horribles y vacíos. Hay demasiada diversión en el mundo pero ustedes solo se limitan a ir a refugiarse ahí cada vez que pueden, y eso es muy triste. Tuve una muy mala experiencia dentro de esas paredes y no la repetiré nunca más.
Asentí amablemente y Ligia recargó su cabeza en mi hombro. El olor a nuez logró bajar el rubor que estaba apareciendo en mis mejillas.
-Aunque… si a ti te gusta ir, no hay nada que yo pueda hacer. Solamente cuídate y trata de ver todo, finalmente no solo tus amigos y tú están allí dentro.
Suspiró y entonces enfocó su mirada hacia el campo de entrenamiento. Así como ella había depositado en mí varias cosas de confianza yo también le respondí llevándola a los lugares que más me gustaba visitar. Esa mutua confianza entre ambos se acrecentaba cada día más, hasta el punto en donde empecé a dudar que pasaría si consideraba decirle a Ligia lo que empezaba a sentir por ella. Pero tuve miedo y antes de decirle algo, preferí saber que opinión tenía ella sobre el tema.
-Me agrada más la amistad he de confesar, pero el amor está por encima de todo. No solamente es tener una pareja y estarla besando a cada rato, no… hay amor en todos lados y me sorprende que pase siempre tan desapercibido. Tal vez me trates de loca, pero hasta en un árbol veo amor, tan imponente él, tan vital… 
Reprimí un suspiro en cuanto la vi mirando el árbol cual ninfa del bosque que guarda a sus amigos. No solamente era bella e inteligente, también tenía un corazón y un alma preciosos, no podía creer tanta perfección reunida en una persona. Era como si me encontrara dentro de un sueño.
-Varias veces he estado enamorada, claro que si pero… ninguno de ellos me ha correspondido, es más ningún hombre lo ha hecho. Yo… ¿No soy tan fea verdad?- Esa pregunta me sorprendió bastante. Dentro de las muchas personas que hay en este mundo, Ligia era tanto física como internamente una de las menos feas que existían.
Cuando por fin nos separamos en aquella ocasión yo corrí a casa solo para sumirme entre mis locos sueños de adolescente. Ligia era todo un ángel, ella era… la dueña de mis amores. De alguna manera había cambiado mi manera de ver al mundo en ese poco tiempo que llevábamos como amigos y eso me hacía muy feliz, demasiado, como nunca antes lo había estado Ciertamente esa noche, mientras sonreía al oscuro techo de mi habitación, sentí que aquella frialdad que tanto me había pesado anteriormente, no era otra cosa más que varios deseos reprimidos. 
Detuve mis memorias durante un momento y me senté a descansar un poco en el blanco mausoleo que en la noche parecía brillar cual diamante en bruto. Es muy bella la tumba y recuerdo con suma tristeza la primera vez que la vi aparecer. Una fuerte y dolorosa punzada cerca de mi corazón, me hizo soltar otras dos lágrimas… en parte por saber quien descansa en el mausoleo y en parte por los últimos recuerdos que se arremolinaron en la mente.
 La fiesta de graduación para los que estábamos a punto de salir de la preparatoria se avecinaba y fue la excusa perfecta para que todos empezaran a querer comprarse sus mejores galas y sobretodo, era el remedio perfecto para que un chico le pidiera a una chica acompañarlo durante la velada. A mi me parecía una idea excelente y le comenté a Ligia sobre la posibilidad de ir un rato, ella aceptó con gran entusiasmo la idea y yo también me alegré, aunque en parte estaba deprimido por saber que iría todavía como mi amiga.
-¿Y hacia donde piensas ir una vez terminada la escuela?- me preguntó ella cambiando el tema de la graduación de manera sutil y precisa.- ¿Piensas seguir siendo futbolista?
Emitió una sonrisa y ante la noche, una hilera de resplandecientes dientes blancos iluminó la oscura calzada por la cual transitábamos, montados en mi fiel bicicleta.
-Probablemente no- le contesté frunciendo un poco el entrecejo.- Me gusta mucho el fútbol si, pero la verdad no considero tomarlo como una carrera. Si lo hago algo obligatorio en mi, dejaría de encantarme y de fascinarme, así que mejor prefiero seguirlo jugando por gusto.
-Es una estupenda decisión-asintió Ligia.- Cuando algo deja de divertirte ya no hay razón para que lo sigas haciendo. 
-Tal vez sea médico ¿sabes?- esa declaración me cohibió un poco, pues hasta el momento a nadie le había dicho a que planeaba dedicarme.- Cuando era pequeño me caí en una coladera y me quedé atrapado en ella sin que nadie se enterara. Ya que lograron sacarme de ahí, después de tres horas me fijé en que una de mis piernas estaba en una posición diferente a la otra y pensando que se quedaría así, me puse a llorar. Pero cuando me trató el doctor y supe que volvería a estar como antes decidí que quería aliviar a las personas su dolor y su angustia, eso me parece algo en verdad estupendo. ¿Qué opinas?
-Opino que es algo magnífico. Sin embargo, mi querido doctor, creo que debe ser un poco más responsable en cuanto ingreses a la medicina. Tienes todo lo necesario, pero a veces la pereza te gana.
Ligia levantó la cabeza y sus ojos proyectaron una mirada acogedora, gentil y cálida. Agradecí que fuera de noche porque las orejas me ardían de lo rojo que me encontraba.
-¿Sabes que calle es esta?
-Pues supongo que aquí está el cementerio…
 -Así es-confirmó mi amiga y tomando un lado del manubrio de la bicicleta que yo llevaba conduciendo me dijo:- Cuando me hablaste aquella ocasión y yo te dije que iba a la biblioteca, te dije que era el mejor lugar que yo encontraba dentro de la escuela, pues bien, creo que el cementerio es un lugar mucho más tranquilo y pacífico que ella. 
Volteé a verla extrañado pero ella no lo notó.
-Es un sitio en donde la vida y la muerte se combinan dando como resultado el más misterioso ambiente que hay sobre la tierra. Donde el ruiseñor va a llevarles serenatas a los difuntos todos los días… donde la vida termina y donde también comienza…
-No entendí la última parte.
-El pasto y las plantas que allí florecen es debido a que nuestros cuerpos finalmente terminan siendo abono para ellas y también como alimento a los pequeños insectos que cohabitan con los muertos. ¿No te parece una sublime idea? Finalmente la muerte no es el término de nuestra existencia. Indirectamente tenemos vida al darles vida a otros. El ser humano puede resultar imbatible.
Las palabras de Ligia me parecieron bellas y espectrales a la vez. Su visión tan terrorífica y romántica sobre la muerte me dejó en un breve lapso de aturdimiento y para cuando salí de mi ensimismamiento, vi a una bella joven y pensativa, con los cabellos flotando en el aire a causa de la brisa que provocaba la velocidad a la que conducía y supe en ese instante que quería pasar mi vida al lado de ella.
Cuando finalmente llegó el día del final de toda mi aventura preparatoriana aún recordaba las palabras que Ligia me había dicho esa noche. No lograba comprenderlas pero esperaba que esa noche quedaran desveladas. Cuando fui a recogerla al lugar que ella me había indicado, hacía una semana, poco esperaba que me sucedieran los sucesos más increíbles de todos. La noche, bien recuerdo, fue de verano y se encontraba tranquila, despejada y agradable; simplemente no tenía indicios de que algo fuera de lo normal fuera a suceder. Pero sucedió y aún no logro explicármelo del todo.
La beldad lucía radiante y cuando la vi tuve que reprimir al instante todos los suspiros de amor que se aglomeraron en mi garganta. Parada en la acera, con aires de gran dama, parecía una diosa nocturna en espera de iluminar a su alrededor con su adorada aura. Llevaba puesto un vestido azul de satín, elegante y descubierto en la espalda que la hacía verse más preciosa todavía. La única mujer que ha logrado comparársele hasta el día de hoy, ha sido mi esposa, de ahí en fuera nadie ha tenido la elegancia, la clase y el impacto que Ligia tuvo esa noche.
-¿Nos vamos?- le pregunté felizmente mientras le ofrecía mi brazo para escoltarla al gimnasio escolar en donde  iba a ser la graduación.
Ligia emitió una débil risita y con pasos magistrales se dejó conducir hasta el lugar de la celebración.
La fiesta de graduación me pareció totalmente inolvidable y divertida, curiosamente no se diferenciaba mucho de otras pero me era especial porque estaba pasando los últimos momentos con todos los amigos que había hecho. Todas las chicas lloraban cuando todos ya presentíamos el final de la fiesta y yo, con un nudo en la garganta pasé a despedirme de todas ellas. Me causó mucha tristeza despedirme especialmente de Verónica y Daniela, pues habían sido las más cercanas amigas que tuve aparte de los chicos que estaban en mi equipo de fútbol.
-Prométeme que me vas a escribir- me dijo Daniela secándose las lágrimas con su pañuelo, después de despedirse de mí como por veinteava vez.
-Lo haré- prometí yo guiñándole el ojo derecho.- pero ahí de ti si no me escribes a mi también.
Daniela emitió una carcajada y asintiendo me dio otro abrazo.
-¿Pero como? ¿Ya se van a ir así nada más?- La voz de Guillermo detrás de mi, me hizo dar un respingo. A mi lado, Ligia se quedó estática y permaneció sepulcralmente en silencio.
-No se van a ir aún. La fiesta todavía no termina- La manera en la que Diego, mi capitán, dijo eso iluminó el rostro de Daniela pero también hizo que palideciera el de Ligia.
-Vamos a ir un pequeño centro de diversiones que está cerca de aquí- musitó Guillermo.- Vamos un rato Fernandito, claro, si es que su respetable acompañante está de acuerdo.
Mi amigo hizo una pequeña reverencia a Ligia y esta emitió una dulce y encantadora sonrisa que animó a todos. No obstante yo me aterré e incluso recuerdo haberme querido apartar de su lado. Probablemente estaba sonriendo, pero esos ojos volvieron a mostrar un lado que no había nunca  visto en esos tres años. Estaban simplemente vacíos, adustos, negros… terroríficos. Su mirada tan penetrante y furiosa fue dedicada a todos los chicos que se encontraban cerca incluyéndome a mí, pero solo yo me daba cuenta de ello y temí que frente a mi no se encontrara una chica dulce e inteligente sino un perturbado y dantesco demonio.
-¿A que lugar van a ir?- Me mordí la lengua, la voz de ella, suave superficialmente, estaba cargada de odio bajo la máscara.
-Se llama “La bala”- le informó Diego leyendo un pequeño papelito que sacó del pantalón de su smoking.- Al parecer es un sitio agradable y aparte no te piden credencial. ¿Entonces qué opinan? ¿Vienes Ligia? ¡Anda seguramente te la pasarás muy bien!
 Mi adorada aún seguía teniendo esa demoniaca mirada cuando (y sorpresivamente) aceptó la oferta sin pensárselo demasiado. No se porque no tuve el valor de retractarme e irme directamente a mi casa o mejor dicho no se porque no vi lo raro que Ligia quisiera ir a un lugar que ella siempre dijo despreciar.
Varios fueron los que acudieron al antro que Diego y Guillermo ya habían reservado y la verdad es que era un sitio no muy recomendable. Tal vez mi desprecio se vio reflejado en mi cara porque Daniela se acercó al lugar en donde estaba y poniéndome un vaso de cerveza frente a mí, me preguntó:
-No se te ve muy feliz Ferni. ¿Te sientes mal?
-No, no es eso, simplemente hoy no estoy de ánimos para estar aquí. ¿Qué a esos dos no se les ocurrió otro lugar peor que éste? Pudimos haber ido a ese que está a cuatro cuadras de la escuela, es mucho mejor.
-La verdad es que tampoco estoy disfrutando  mucho la velada- admitió mi amiga mientras se abanicaba con la mano debido al calor que se sentía.- Pero bueno, admito que hay algo que me sorprende y es tu amiga. ¡Mírala nada más! Si que sabía bailar y que guardadito se lo tenía.
Me entristecí al escuchar esas palabras. Daniela tenía razón: En la pista de baile una irreconocible Ligia se movía seductoramente al compás de la canción que se tocaba. No pude más y tratando de no llorar enfrente de mi amiga le dije que me sentía un poco cansado y que me retiraba a dormirme.
-Hasta luego Fernando, yo también me retiraré enseguida. 
Asentí y salí a la calle dejando a Ligia adentro. La verdad es que estaba destrozado… ¿Cómo era posible que ella, la que alguna vez fuese la clase hecha persona, la que odiaba ir a esos lugares, ahora se convirtiera en algo menos que… que…?
Pateé un poste de luz y solté una maldición al notar un gran dolor que me salía del pie. Esperando no haberme fracturado el dedo, comencé a cojear rumbo a mi casa pero el dolor era tanto que tuve que sentarme un rato en la acera a esperar a que el dolor amainara. Frente a mi, un auto color gris pasó a gran velocidad.
-Parece que no está roto- susurró una voz detrás que me hizo dar un salto.
Era Ligia, quien roja y meditabunda, me observaba.
-Tenía un concepto totalmente diferente a ti- acerté a decirle de la manera más hiriente posible.- Al parecer bajo tu bello antifaz, se ocultaba alguien más, diferente a lo que pretendías ser.
-Por favor no me juzgues- su voz no sonó como imploración sino más bien como una afirmación.- Hay un motivo por el cual hice eso y créeme, mañana vas a agradecérmelo.
-¿En serio?
-Ven, levántate. Quiero que me acompañes a un lugar, necesito mostrarte algo.
Alcé mi cabeza y entonces decidí seguirla. Sus ojos volvían a ser los mismos que recordaba: serenos y profundos y no los infernales espejos utilizados por un demonio.
-¿A dónde vamos?
Ella no me respondió, se limitó a caminar por la oscura calle usando pasos agigantados que me hicieron recordar la escena del balón. Y entonces, mientras la veía, volvió a mí la imagen de una bella y angelical diosa que destruyó por completo la cara de perdida que apenas empezaba a maquilarme de ella. Cuando le volví a preguntar lo anterior, solo se limitó a mover negativamente la cabeza y su andar se volvió tan liviano que en una clara ilusión óptica, me pareció ver que ella, en vez de caminar, flotaba. Sentí miedo, demasiado y hubo un momento en el cual quise dar media vuelta e irme corriendo hacia la seguridad de mis padres, sin embargo no lo hice y nunca sabré porque.
-Daniela salió de ese lugar segundos después de ti- me informó Ligia sin voltear la cabeza.- Tus demás amigos decidieron quedarse pero creo que Guillermo y Diego siguieron mi petición de irme a comprar un agua y por fortuna no les tocó…
-¿Qué no les tocó?- pregunté asustado ante lo que Ligia me decía.
-Hice… hice realmente lo que pude Fernando. Lo siento mucho pero por fortuna logré rescatar vidas inocentes de ese lugar. Y perdóname por haberme puesto así ante tus ojos, pero era la única manera que se me ocurría para que abandonaras el sitio.
-Me estás espantando. Si no me dices que…
Detuve mis palabras al mismo tiempo que mis piernas. Miré alrededor y un súbito cosquilleo recorrió mi espalda. Era el cementerio.
Y allí… como si siempre hubiese estado, se encontraba un bello mausoleo blanco de mediana estatura. Me pareció sencillamente hermoso ante tan macabro lugar. Una rosa y una camelia se alzaban coronando su techo y frente al sepulcro principal, dos columnas de mármol con ángeles señalando hacia el cielo terminaban por rematar tan aterradora y espectral belleza.
-Esta tumba me trae… ¡tantos recuerdos!- suspiró Ligia y con sus suaves y finas manos tocó uno de los ángeles  delicadamente- Es este el sepulcro… el sepulcro de mis ilusiones.
Me estremecí ante tal declaración. No obstante ese miedo se desvaneció tan pronto llegó, pues la imagen de Ligia bajo la luz de la luna que caía sobre nosotros, la hacían verse aterradoramente hermosa. No pude seguir reprimiendo mis sentimientos.
-Varios sueños descansaron aquí y llegué a pensar que nunca se realizarían- Ligia me volteó a ver.- Hasta que tu hiciste que todos ellos se cumplieron… excepto uno.
 -Ligia…
-Este es el único sepulcro que está despierto… el único cuyo muerto no puede descansar en paz… el único que no duerme… el único que perturba el sueño mortuorio.
-Ligia…
-El despreciado, el indeseable, el perdido…
-Ligia… ¡Yo te amo! – Aquellas palabras no parecieron ser dichas por mí.

La beldad se quedó estática durante unos segundos, acto seguido se limitó a abrir la boca y a llevarse las manos a la cara.

-¡En serio! ¡Te amo! ¡Te adoro! ¡Te sueño! ¿Acaso nunca lo viste, Ligia? Este amor que te profeso me está volviendo loco… ¡Por favor! ¡Dime que me correspondes o no se lo que voy a hacer! ¡Vamos, Ligia! ¡Abandonemos este sitio y vayamos a otro lado, pues la noche se extiende en todas partes y es la mejor confidente de los jóvenes amantes!

Ligia seguía llorando, por cada lágrima que derramaba, esa furiosa intensidad y viveza que sus ojos siempre habían tenido se iba perdiendo poco a poco, hasta llegar al punto donde ambos quedaron fijos e inamovibles a un punto específico del sepulcro. Yo, por otra parte, sentía una maraña de sensaciones en mi interior: De triunfo, de alegría y de pánico.

-Ve el sepulcro y dime que es lo que ves- me pidió mi amada y yo, aproximándome a la tumba me incliné a inspeccionar el misterio que sus ojos veían fijamente. 

Y entonces comprendí al instante el significado de las palabras que mi adorada había dicho la noche anterior, cuando veníamos platicando de nuestras aspiraciones a futuro. Claro que podía haber vida en ese lugar muerto y en efecto, ese sepulcro era el único que no dormía.

-¿Cómo puedes ser tan cruel?- Completamente derrotado, me dejé caer de rodillas en la tierra, con la lágrimas saliendo a montones de mis ojos. Finalmente había descubierto todo el asunto, el misterio de los ojos cautivantes de Ligia. Allí, en la tumba, podía leerse perfecto su nombre.

-Me mataron hace diez años en ese horrendo lugar del cual hemos salido apenas unos instantes- dijo Ligia esa escalofriante declaración.- Al igual que tú, yo también era una chica que disfrutaba del parrandeo y del libertinaje. Era muy irresponsable de mis actos en esas ocasiones y no medía el peligro para nada. Claro, éramos varios los que nos encontrábamos en el lugar y al ser una tanda de chicos sin malas intenciones fuimos presas fáciles… el dueño de ese lugar no se tocó el corazón para hacer que otros cometieran  sus fechorías y sus malos pensamientos. Una sola bala en el corazón bastó para que me quitaran mi vida y a la vez mis cosas.

Sentí la fría mano de Ligia en mi hombro. Continuó:
-¡Y me fui de aquí con tantas cosas sin hacer! Jamás supe como era jugar fútbol, como andar en bicicleta o que se sentía ser golpeada por un balón- sonrió y emitió una leve risa.- Y por supuesto, jamás supe que se sentía amar y que se sentía una verdadera amistad. Año con año solo esperaba a que un chico me amara con la misma pasión que yo le tendría, pero no logré enamorarme de nadie hasta que tú llegaste…

Los gemidos que mi garganta emitían ahogaron el resto de sus palabras, pero a mi ya no me interesaban. Sentía un gran dolor en mi corazón, nunca debí haberla amado.

-Jamás imaginé que detrás de ese chico tan apuesto, tan ordinario y tan vulgar que parecía haber en esos primeros dos años, se encontrara al interior una persona tan bella que la verdad no necesitaba de esos caparazones para agradar- Esas palabras me hicieron retomar mi llanto con más fuerza que antes.- En verdad espero que toda la buena dicha que pueda existir te acompañe mi adorado Fernando, ansío el momento en que tenga a mi médico listo para aplacar el dolor de los demás.

-Entonces debería morirme porque el dolor que siento no lo podrá aliviar nadie- le contesté mordazmente.

-Bajo ningún concepto voy a dejar que hables así- Los ojos de Ligia refulgieron, pero ya no era ningún brillo macabro ni cruel. No, esta vez tomaron un bello tono que me tranquilizó en demasía.- No te vas a morir. Vas a crecer, vas a ir una universidad, serás mi médico consentido y sobre todo vas a amar a otra mujer con una pasión aún mayor que la que sientes por mí y juntos engendrarán hermosos ángeles que tendrán a un excelente padre para guiarlos ¿Comprendes?  ¿Lo prometes?

Por un momento pensé en contestarle una cruel negativa, pero al final dije esto:
-No creo que esté en mis planes hacer todo lo que me has dicho, pero al menos puedes contar que trataré de ser una persona… distinta a la que te tachó de pretenciosa aquella primera tarde de clases.

Ligia sonrió y me plantó un beso en cada mejilla y sentí un calor que poco a poco fue eliminando mis gimoteos hasta desaparecerles por completo. Yo también le sonreí.

-Así me gustas más, cuando sonríes ganas, y esta vez has ganado mucho.

Ligia me tomó de las manos y yo la miré a los ojos. Esos bellos, grandes y negros ojos que tanto placer me habían causado verlos me enfocaron por última vez.  Pude ver que su cara se iba acercando lentamente a la mía y yo, instintivamente cerré los párpados esperando el momento… el ansiado momento que tanto había aguardado.
Pero el besó nunca llegó y cuando traté de mirar ya no había nada. Volví a sonreír y me quedé parado un momento frente al sepulcro, ahora durmiente y entonces, como si fuera magia, un viento suave y ligero me golpeó en la cara y soltando un leve risa me despedí de Ligia mientras me encaminaba hacia la salida del cementerio, en donde ya solo quedaba el aroma a nuez que tanto me había encantado.

Y así han pasado diez años desde entonces. Aún recuerdo el horror que sentí cuando al día siguiente de la graduación, salió en los periódicos, la noticia del secuestro que había tenido lugar en el barcillo donde habíamos estado esa noche. Afortunadamente en esa ocasión no hubo muertos como si los habían tenido encuentros pasados, y mientras mis amigos me narraron como había sido el suceso, recordé el veloz auto grisáceo que había pasado frente a mí después de abandonar el lugar y el cual estaba perfectamente descrito como el vehículo que esos malviviente utilizaban para cometer sus fechorías.
Sigo teniendo contacto con mis amigos de la preparatoria y me complace saber que todos ellos han tenido éxito en lo que habían pensado y en cuanto a mi, bueno, sigo viviendo por el mismo rumbo en donde vivía de mozo. Soy médico felizmente y me encuentro casado con una maravillosa mujer que conocí hacía apenas cinco escasos años. 
Y mi querida hija que lleva por nombre el mismo que mi diosa caída, está creciendo rápido y solo puedo velar por ella y protegerla aunque se no seré el único al que escuchará en este largo sendero de la vida.
-He de irme mi querida Ligia, es tardé. Gracias por volverme a recordar que esto no necesariamente tiene porque ser aburrido- susurré por la bajo y percatándome del aroma a nuez que envolvía el camposanto, tomé un taxi y me dirigí hacia mi hogar.

Decían mis camaradas, si el sepulcro de mi amiga visitaba, hallaría un poco de consuelo que aliviaría mis preocupaciones. (Ebn Zaiat)

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